Opinión
Conformistas con hijos fascistas


Por Anibal Malvar
Periodista
A mis amigos de Podemos les encanta la palabra malmenorismo, que a mí me resulta horrorosa. La utilizan constantemente no solo en conversaciones políticas o económicas, sino también en contextos más básicos, como el amor o el fútbol. Pareciera que los ejércitos de palomas de Podemos luchasen con el mismo ardor contra el malmenorismo que contra el fascismo. Y quizá tengan razón. Pero nunca se la doy cuando utilizan esa maldita palabra.
Malmenorismo es un neologismo viejuno, curioso oxímoron. Cuando yo era joven e indocumentado, y no viejo y olvidadizo de mis escasas sabidurías, a los malmenoristas de ahora les llamábamos solo conformistas, lo cual resultaba más inteligible y pronunciable. Tú reprochabas a alguien el ser conformista y no te ponía caras raras. Hasta se sentía orgulloso de serlo, si subsistía medio regular bajo un techo sin goteras.
Quizá el único matiz entre el malmenorista y el conformista es que el segundo se siente más burgués, más integrado, más manada y más adaptable: conformista y confort son brotes de la misma raíz etimológica (perdón por la horterada, pero ha empezado la primavera). El conformista, por tanto, ya goza de una etimología, y eso proporciona mucha protección, como una alarma de securitas en un chamizo que ni los okupas quieren okupar.
El malmenorista carece de etimología y en consecuencia no le otorgamos, desde un punto de vista filológico, el mismo abolengo que al conformista. Cruel discriminación. Por eso nadie se reconoce malmenorista, aunque lo sea. El malmenorista, cuando lo llamas así, se siente como un viajante modesto que va repartiendo males menores de aldea en aldea. Como los vendedores de crecepelos de las viejas películas del oeste. Timadores trabajosos, sucios y miserables.
Los malmenoristas se sienten tan insultados cuando los llamas así porque no existen. Insultar a alguien que no existe es lo más ofensivo. No existes y aun así te insultan. ¿Qué más puedes hacer para que no te insulten?
Toda esta estúpida digresión, que espero haber entretenido con palabras alegres, tiene que ver con el asunto ese del que se está hablando de la unidad de la izquierda. Aun siendo anarquista indiferente, la veo como un hermoso sueño. Pero, cuando me despierto, escucho que un 20% (o así) de los chavales menores de 25 años son fascistas, y le echo la culpa a los conformistas, que somos sus padres. Y me incluyo, aunque no tenga hijos. Hay un dicho africano muy bello: “Para educar a un solo niño, hace falta toda una tribu”. Yo fui parte de esa tribu y no hice mi trabajo, no eduqué ni a un solo niño, según afirman las encuestas.
Cuando escucho los discursos y observo las acciones de nuestros partidos, siempre percibo un coqueteo de seducción hacia el burgués, hacia la falsa clase media, esa que vota PP o PSOE o Ciudaphantom o Podemos dependiendo de sus humores o de su ataque de almorranas. Jamás, en mi ya larga vida periodística, puedo citar una decisión de trascendencia de ninguno de nuestros gobiernos nacionales o regionales que haya mejorado contundentemente la vida de los jóvenes.
El votante conformista o malmenorista es fácil de predecir, por lo que su trascendencia no es revolucionaria. Nunca perderá un cierto orden. Se balancea entre el miedo al obrero y el miedo al señor. Pero nunca vota contra sus propios miedos, pues son dos pesadillas confortables.
Por eso, desde mi más profunda ignorancia, creo que el renacimiento de esa verdadera izquierda debe buscar a los niños.
Antes, a los niños los ponían a trabajar a los ocho años y les robaban la niñez. Ahora, a los niños les obligamos a seguir siendo niños hasta los 35 viviendo en casa de sus padres, lo cual es incluso mayor crueldad, pues les robas la posibilidad de ser bellos jóvenes adultos y campear por sus selvas. El capitalismo ha enjaulado a los jóvenes en casa de sus padres como a leoncillos en un zoo. Aunque los leoncillos y los jóvenes hagan su trabajo de ocho horas, no pueden salir de la jaula. En este último sentido, la palabra malmenorismo sí me gusta, fíjate tú: hacerle mal al menor. Los hemos anulado de puta madre, y los menores se nos han convertido en fascistas. A ver qué hacemos ahora, señora Izquierda.
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